"Shame" de Steve McQueen, el martes 11 de noviembre a las 21 h. en los Multicines Benavente.

Crítica:68ª edición de la Mostra de Venecia Steve McQueen desasosiega y Pacino fascina El protagonista de Shame es un trein-tañero neoyorquino que reconoce los códigos de su ciudad y parece sentirse encantado en ella, vive en una casa lujosa de Manhattan, posee un sólido trabajo de ejecutivo, se mueve por bares y restaurantes sofisticados, gusta a las mujeres con las que trata cotidianamente y a las desconocidas con las que se cruza fugazmente en la calle y en el metro, busca continuamente y encuentra sexo en su trabajo, en su ocio y en su intimidad, está más perdido, angustiado y solo que la una. Ese erotismo que le obsesiona lo consuma a todas horas con la pornografía en Internet y en cualquiera de sus variados formatos, recurre sin prisas y sin pausas al catálogo más variado de putas, se masturba en su casa y en el curro, busca tíos en el cuarto oscuro de los garitos más promiscuos, es incapaz de mantener una relación estable con una mujer por su alergia a compartir emociones. Este urbanita tan atractivo y presuntamente envidiable vive en un infierno de incomunicación, se ahoga en la isla que ha elegido, aunque eyacule diez veces al día su hambre de sexo le exige más y más, su adicción no es un placer liberador, sino que va acompañada de un tormento insoportable. La llegada a su casa de una hermana desquiciada que necesita su ayuda y su calor, hará estallar un volcán anímico que siempre ha estado en clandestina ebullición.Todo ello lo cuenta con estética visual muy cuidada, con ambigüedad moral y un opresivo sentido del clima el director inglés Steve McQueen (no se asusten, aquel actor legendario y símbolo supremo de la virilidad no ha resucitado, es que este director negro y más bien orondo lleva el mismo nombre y apellido que Bullit) en Shame, que vuelve a confirmar el talento expresivo y la morbosa personalidad que chorreaba su primera obra Hunger. Este hombre durante mucho tiempo hizo vídeos artísticos y se nota. Su cámara en ocasiones tiene excesiva vocación experimental, algo que en manos de un moderno hueco puede ser irritante pero en su caso utiliza sabiamente ese lenguaje visual para extraer sensaciones. Protagonizada con tanta sobriedad gestual como intensidad anímica por Michael Fassbender (el excelente Jung en Un método peligroso), es una historia que deja poso, que transmite la amargura, la compulsión y el patético aislamiento interior de su protagonista, que te revuelve, que te altera turbiamente el ánimo. Carlos Boyero en El País.

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