"Vicky, Cristina, Barcelona" (Woody Allen, 2008) el martes 2 de diciembre en los Multicines Benavente

¿Quién es Woody Allen?





Allan Stewart Konigsberg, Woody Allen desde ahora mismo, no ha rodado ninguna película como Persona (Persona, 1966) de Ingmar Bergman, Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) de Orson Welles, El acorazado Potemkin (Bronenosets Potyomkin, 1925) de Sergei M. Einsenstein o Ladrón de Bicicletas (Ladri di biciclette, 1948) de Vittorio de Sica.
El año que Bergman estrenó Persona, en 1966, Woody Allen compró una película de serie B japonesa de Senkichi Taniguchi llamada “Kagi No Kagi”, hecha en Japón por japoneses, llena de matanzas, saqueos, violaciones… Woody Allen revienta todas las voces y rehace la banda sonora; el resultado es una película donde la gente se mata, hace numeritos a lo James Bond, pero lo que dicen no tiene nada que ver con lo que hacen. Esa película se acabó titulando What´s up, Tiger Lily? (Lily la tigresa, 1966). Con lo que nos encontramos es con una gamberrada cinematográfica. El propio Woody Allen aparece al final de la película en los títulos de crédito comiéndose una manzana indolentemente mientras una señorita se va desnudando poco a poco.
Nadie diría entonces que era una película sueca lo que Woody Allen quería hacer. Y si quería eso empezó, ciertamente, por el sitio más inopinado. Nadie duda ahora que eso es precisamente lo que quiere hacer. Sabe, y lo ha dicho en más de una ocasión, que Bergman, Welles, Sica, Wilder, y otros grandes genios de la historia del cine han pasado precisamente a ella por unas cuantas películas. No por toda su filmografía. Una película genial engrandece, da luz a toda la obra de un director. Tras esa película va Woody Allen, ya que su filmografía –extensísima- es de una calidad innegable. Ha dirigido 38 largometrajes hasta el momento. Eso hace casi una película al año desde hace mas de cuarenta. Pero eso no es lo excepcional. Lo excepcional es el rígido control que ha poseído sobre todas sus producciones. Solamente Ford, Hitchcock y Chaplin tienen una filmografía y una responsabilidad sobre ella comparable (en la época de los grandes estudios solo cuatro directores tenían derecho al “final cut”: Wyler, Stevens, Ford y Capra). Si los cahieristas tuviesen que pronunciarse deberían ir reservando una plaza dónde dedicarle una estatua ecuestre. Es el autor por excelencia. Pero tampoco hace lo que quiere; Rueda Interiores (1978), después del éxito de Annie Hall (1977), estrena Septiembre (1987) después de que el público y la crítica acogiesen estupendamente a Hanna y sus hermanas (1986) y a Días de radio (1986). En definitiva hay cosas que se pueden hacer y cosas que no. Y Woody Allen lo sabe. No se puede perder dinero en tres películas seguidas. Por si acaso hace producciones baratas comparándolas con la media de las películas americanas. Eso lo saben sus actores y sus técnicos a los que se les paga menos de lo que se les pagaría en otras producciones que no fuesen de Woody Allen. Aún así trabajan con él porque todos saben el prestigio que ganan al aparecer en una obra del cineasta más europeo de todos los cineastas americanos.
Le falta la guinda del pastel, la obra maestra. Y, a veces, duda de que la consiga, no está muy seguro de su propio talento. Es el único. El público no sabrá con qué se va a encontrar al asistir a la proyección de la siguiente película de Woody Allen, pero de lo que está seguro es que en ella encontrará talento.
Si se nos permitiese hacer alguna previsión –y eso que no se deben hacer previsiones, y menos sobre el futuro- diríamos que en el caso de que llegue esa obra maestra no será una comedia y por tanto en ella no actuará Woody Allen. Y es una lástima. Porque está especialmente dotado para el humor. Será algo del estilo de las citadas Interiores y Septiembre, o las maravillosas Otra mujer (1988) y Match Point (2005). Lo intentará con un drama. O con un híbrido, un fantástico híbrido como Delitos y faltas (1989), el claro precursor de la producción del 2005. Ya nos avisó en Melinda y Melinda (2004) de que la esencia de la realidad es básicamente trágica y por tanto las palabras de los dramas resuenan con más intensidad en el alma humana. Además, a las comedias -salvo que seas el mejor Lubitsch, el mejor Wilder, el mejor Cukor y puedas recuperar, asimismo, a Cary Grant- les cuesta pasar (por encima del cadáver de los críticos) de un mero divertimento extraordinario a la categoría de genial obra de arte.
Mientras llega esa película debemos seguir disfrutando anualmente de la pulcra ironía de uno de los directores más comprometido con el cine, y con el poder del cine para reflejar y construir la realidad, de los últimos 40 años.

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