"Fresas Salvajes" de Ingmar Bergman, el martes 22 de enero



El Cineclub Fetiche se complace -y ya era hora- en presentarles una película del gigante del cine Ingmar Bergman. La proyección tendrá lugar en los Multicines Benavente el martes 22 de enero del 2008 a las 21 h.

Fresas salvajes (Smultronstället en el original sueco) es una película de 1957, escrita y dirigida por Ingmar Bergman. Escrita mientras Bergman estaba en el hospital, se estrenó el mismo año que El séptimo sello, marcando uno de los años más descollantes en la extensa producción de éste. Ambas películas se cuentan generalmente entre lo mejor de su producción; Fresas Salvajes fue nominada al Oscar al mejor guión original y ganó el Oso de oro a la mejor película en el Festival de cine de Berlín. Bergman adopta como símbolo las fresas silvestres, que en Suecia son el emblema de la primavera, para retomar sus temas favoritos, la relación entre el presente y el pasado, el viaje en el tiempo y en el espacio, la vejez, y un ambiente opresivo y morboso. Bergman utiliza como actor principal al que fuera el gran maestro del cine mudo sueco, Victor Sjöström.
Argumento:
El profesor Isak Borg es un anciano que acude a la Universidad de Lund para recibir un homenaje. Tras un sueño en el que ve su propio entierro, inicia el viaje en coche, acompañado de su nuera, que se ha ido de casa de su hijo tras una discusión por su embarazo. Durante el viaje, se detienen en la casa en la que pasaba las vacaciones durante su infancia. En esa casa, en la que se encuentran la fresas silvestres, el profesor Borg descubrió el amor.


Ficha técnica y artística


Título Fresas salvajes
Dirección Ingmar Bergman
Ayudante de dirección Gösta Ekman
Producción Allan Ekelund
Guión Ingmar Bergman
Música Erik Nordgren
Sonido Aaby Wedin
Fotografía Gunnar Fischer
Montaje Oscar Rosander
Vestuario Millie Ström
Reparto Victor Sjöström, Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Folke Sundquist, Björn Bjelvenstam, Jullan Kindahl
País Suecia
Año 1957
Género Drama
Duración 91 min
Crítica
Una mirada retrospectiva a lo largo de la filmografía de un gran director revela una serie de rasgos comunes en todas las obras realizadas durante de su carrera. Esto constituye el denominado estilo del artista: una determinada manera de realizar la puesta en escena, unos personajes parecidos, una alusión recurrente a los mismos temas... Es el caso de Ingmar Bergman, cineasta sueco considerado por muchos el paradigma del existencialismo filosófico llevado a la pantalla. Bergman es por antonomasia el director que más ha ahondado en sus films en la reflexión sobre la existencia del hombre, en el sentido de la vida y de las relaciones humanas, en temas universales como la vida y la muerte,la soledad, la creencia en Dios o el amor hacia y desde los demás. Todas sus películas estan repletas de preguntas sin respuesta, de intentos por resolver las eternas cuestiones que se plantea todo ser humano: ¿Quién soy yo? ¿Cuál es el sentido de mi existencia?
Fresas Salvajes es uno de los pilares en la filmografía de Bergman. Realizada en el año 1957, la película se erige como un alto en el camino para el director, una especie de compendio de las principales inquietudes temáticas planteadas en films anteriores, en especial en las precedentes Sonrisas de una noche de verano (Sommarnattens leende, 1955), fresco maravilloso sobre las complejas relaciones humanas, sus diferentes perfiles y problemáticas, y la espléndida El Séptimo Sello (Det sjunde inseglet, 1956), en la que se realiza una profunda reflexión sobre la postura del hombre ante la muerte.
Fresas Salvajes narra la historia de dos viajes paralelos: uno físico, el que realiza en coche el profesor Isak Borg (Victor Sjöström) desde Estocolmo hacia Lund para recoger el premio de su universidad que lo erige como doctor honoris causa; el otro viaje es interior, el que realiza Borg durante el trayecto, un viaje que le llevará a explorar toda su vida, a analizar el camino recorrido y las relaciones frustradas con sus seres queridos. Borg decide realizar el viaje en coche, atemorizado tras haber tenido la noche anterior una pesadilla sobre su propia muerte. La escenificación de este sueño es uno de los momentos más logrados del film. Las imágenes se presentan aquí con una iluminación contrastada, de caracter totalmente expresionista. Borg camina por una calle vacía y silenciosa, en la que las ventanas de los edificios están tapiadas y un reloj cuelga de una pared sin agujas, al igual que le ocurre al reloj que Borg saca de su bolsillo. Se trata de un símbolo, el del tiempo detenido que precede a la muerte, un tiempo que carece ya de todo sentido. El sonido de los latidos del corazón de Borg es el único en ese inmenso silencio (se repetirá en otros momentos a lo largo del film, siempre relacionados con la presencia inmediata de la muerte). Isak observa ante sí un hombre detenido en medio de la calle, de espaldas a él. Cuando Isak le alcanza, el hombre se gira y muestra una cara sin rostro. El personaje se derrumba y de él empieza a emanar un río de sangre. Unas campanadas fúnebres empiezan a tañir y desde el final de la calle se acerca un coche de muertos tirado por caballos -magnífico homenaje a La carreta fantasma (Körkarlen, 1920) del mismo Sjöström -.Al chocar contra una farola, una de las ruedas del carro se suelta, y de la carreta se desprende el ataúd. De él sale una mano que aferra con fuerza la de Isak. Se trata de él mismo, de su imagen de la muerte, tratando de llevárselo con él. Esta secuencia, síntesis a la vez de surrealismo y expresionismo, define con claridad el principal temor del personaje. A sus setenta y ocho años, Borg es un viejo que está llegando al final de sus días, y que trata de hacer balance de una vida repleta de éxitos profesionales, pero insatisfactoria en las relaciones personales: con su primer amor Sara (Bibi Andersson), con su mujer Karin (Gertrud Fridh), con sus padres, y hasta con su hijo Evald (Gunnar Björnstrand) y su nuera Marianne (Ingrid Thulin). Ésta le acompaña en el viaje para reunirse en Estocolmo con su marido y tratar de reconstruir una relación también deteriorada. Marianne le reprocha a Isak que su vida ha sido tremendamente egoísta, que tras el loado profesor se esconde un ser humano egocéntrico y cruel con los demás, incapaz de amar y dejarse amar. A lo largo del viaje, el profesor se irá conociendo a sí mismo, y este hecho le enfrentará a verdades no precisamente agradables sobre su personalidad, y a darse cuenta de que en la vida ha ido desperdiciando lo que de ella realmente merece la pena: el amor hacia los seres queridos. Durante toda su vida, el profesor Borg había tratado de encontrar un sentido racional a su existencia, rechazando cualquier tipo de sentimentalismo y centrándose en el pensamiento filosófico para dar respuesta a sus miedos. Borg no es un personaje atractivo, es más bien un viejo antipático que trata de huir de su pánico atroz hacia una muerte que se le avecina. De nuevo, al igual que sucedía en El séptimo sello, es la muerte la que posibilita ese viaje interior del protagonista, su presencia inmediata e inevitable. Borg necesita rendirle cuentas a su vida, hacer las paces consigo mismo para poder mirar adelante sin necesitar volver constamente la mirada hacia el pasado. Al igual que el caballero medieval, quien decide proteger a la familia de cómicos de la peste, Borg sólo encontrará la paz consigo mismo cuando trate de mirar a su alrededor, cuando decida ayudar a su hijo y a su nuera, cuando se de cuenta realmente de que el único sentido se encuentra en el amor hacia sus seres queridos. El egoísta Borg se siente solo y aislado, y esta soledad le lleva a plantearse la importancia del amor hacia los suyos, como le ocurriría a Charlotte en la posterior Sonata de otoño (Herbstsonate, 1978). La soledad es el gran tema de Fresas Salvajes. La figura de Borg es constantemente aislada de su entorno, en sus recuerdos, en sus sueños y en su vida real, dejándolo solo y en penumbra, fracasado en su intento de comprender su vida. Sólo el acercamiento a los demás le hará redimirse, volver a sentirse vivo y dispuesto ya a enfrentarse a la muerte.
La nostalgia por una vida malgastada, por el tiempo pasado y la juventud perdida, se convertirá en el centro de las reflexiones de Borg. Durante el camino, el profesor se detendrá en el lugar donde pasó sus mejores años, allí donde vivió su primer amor hacia Sara, y donde también la perdió para siempre.Bergman introduce aqui un flasback, en el que el profesor observa escenas de sus años jóvenes en las que no había participado directamente. En concreto, Borg se introduce físicamente en el momento en que Sara es seducida por el hermano de Isak, Sigfrid, con el que más tarde llegará finalmente a casarse, abandonando a un Isak demasiado preocupado por encontrarle un sentido a todo. Borg asiste a este momento, y a una comida familiar posterior en la que el desliz de Sara es delatado por una de sus hermanas. Estas imágenes del pasado recuerdan al tono alegre y desenfadado de Sonrisas de una noche de verano, o a las escenas de felicidad conyugal de Un verano con Mónica. La iluminación es en este caso homogénea y radiante, todo está inundado de un aire de felicidad y alegría. Nada que ver con las pesadillas de Borg, la ya mencionada y la segunda, en la que el profesor es sometido a un examen sin sentido y en la que, como si de un jucicio se tratase, Isak es acusado de ser "culpable de culpabilidad", en claro homenaje al famoso personaje kafkiano de El proceso. En esta secuencia, Borg asiste a la visión de otra escena de su pasado en la que él no estuvo, aquella por la que descubre que su mujer le fue infiel. El horrible examen acaba con la condena de Isak, quien es penalizado con la penitencia de siempre: su soledad.
Los personajes de Fresas Salvajes son muchos, pero el peso recae tan sólo en tres de ellos. A parte de Isak, seran dos mujeres las que dibujen el retrato psicológico realizado por Bergman. La primera de ellas es Sara, representada por dos personajes diferentes: la Sara de la juventud de Isak y una chica joven también llamada Sara (interpretada también por Bibi Andersson) a quien Marianne e Isak recogen en el trayecto, y que viaja acompañada de dos jóvenes más: Anders y Viktor. Esta Sara, la actual, es el reflejo de la otra, y Borg se enamorará de ella como si de su amor de juventud se tratase. La Sara antigua es una chica sencilla, alegre y desenfadada, quien acepta la vida sin condiciones y sin cuestionarse nada. Sara decide finalmente renunciar a Isak y casarse con Sigfrid, menos precupado por cuestiones sin respuesta. La Sara actual es símbolo de la mujer moderna, fuerte ante el sexo masculino, independiente y alegre. Anders y Viktor se disputan su amor, simbolizando a su vez las dos posturas de Bergman ante la religión y la fe, la del creyente Anders, preocupado por Dios y por el sentido de la vida, y la del práctico y racional Viktor, quien renucia a cualquier misticismo para reflexionar sobre un sentido mucho más lógico. Bergman plantea esta discusión sin posicionarse, tal y como ya había hecho y haría en el resto de su filmografía, concluyendo que la existencia o no de Dios no es de hecho lo más importante, sino el amor y las relaciones entre los seres humanos.
Por otro lado, Marianne se erige como el otro personaje capital en el film. Ella es la más fuerte (qué magnífica interpretación de Ingrid Thulin), la única que no se doblega ante el peso de la existencia y ante las dificultades en su matrimonio. Ella decide tener el bebé que espera de Evald, quien no quiere descendencia, desengañado por una infancia triste en la que sus padres no se quisieron. Marianne triunfa a través del amor, consigue demostrarle a Evald que lo único importante es esto, y que merece la pena la vida si hay amor verdadero y puro.
Bergman realiza en la película un estupendo análisis de las relaciones afectivas matrimoniales. Las distintas parejas que a lo largo del film van apareciendo son diversas visiones de lo que el matrimonio y las relaciones conyugales pueden llegar a ser. Marianne y Evald, Isak y Sara, Isak y Karin, Sara y Anders/Viktor...Como extremo pesimista y cruel, el matrimonio Alman, una pareja que ha sufrido un accidente y a quienes recogen en la carretera. El marido (Gunnar Sjöberg) es un machista que trata constantemente de ridiculizar a su mujer, tachándola de sensiblera e inútil. En contraposición a esta decadencia total de la pareja, aparece otro matrimonio, el del dueño de la gasolinera (Max von Sydow) y su mujer (Anne-Marie Wiman), paradigma de la felicidad y la alegría de vivir, de la aceptación de la vida tal y como es, sin cuestionamientos fútiles y banales.
El estilo formal de Bergman es sobrio y sencillo. Para un director como él, cuya obra está más relacionada con el arte escénico teatral (aunque su prestigio internacional no vaya directamente ligado a este hecho) que con el arte cinematográfico en sí, es muy lógico que lo más importante sea el rostro y la expresividad de los actores, aquello que realmente diferencia el teatro del cine: "Hay muchos realizadores que olvidan que el rostro humano es punto de partida de nuestro trabajo. Ciertamente, nosotros podemos dedicarnos a la estética del montaje, podemos imprimir a los objetos o a las naturalezas muertas ritmos admirables, mas la proximidad del rostro humano es ciertamente la nobleza y la característica del film. Se deduce pues que el actor es nuestro instrumento más precioso y que la cámara no es más que el mediador de las reacciones de este instrumento.(...) Para dar a la expresión del actor el máximo poder posible de expresión, el movimiento de la cámara debe ser simple, y además cuidadosamente sincronizado a la acción. La cámara debe intervenir como un observador totalmente objetivo, y sólo excepcionalmente puede participar en los acontecimientos. Por lo tanto debemos recordar que el medio de expresión más bello y mejor del actor es su mirada. La ausencia o multiplicación de los primeros planos caracteriza, infaliblemente el temperamento del realizador del film y el grado de interés que siente por los hombres" (2) Este elemento es clave en toda la filmografía de Bergman. Llevado al extremo en Persona (Ídem, 1966), en la que las dos protagonistas (unas increíbles Liv Ullman y Bibi Andersson) son aisladas totalmente por la cámara de su entorno - qué maravilloso plano el de la conjunción de sus rostros en un único primer plano-, el uso de los planos cortos vuelve a ser en Fresas Salvajes el centro del estilo formal del realizador. Los personajes son analizados minuciosamente por la cámara. Ésta se detiene en sus rostros y escucha sus palabras, enfatizando la expresión de los sentimientos y el estado interior de estos personajes. Los movimientos de cámara están supeditados a la acción, y sólo se muestran como acompañamiento de aquella, o en ocasiones para enfatizar la distancia entre las personas. Así, es frecuente que en las conversaciones la cámara recorra el espacio vacío e inerte que se encuentra entre los personajes, como en el caso del diálogo entre Isak y Marianne en el coche, en el que un abismo de incomunicación y aversión mutua les separa. El montaje hubiera destruido esta idea, y Bergman prefirió enfatizar el espacio, resolviendo la escena de manera magistral y maravillosa.
Fresas Salvajes es un film pesimista, síntesis de la visión de Bergman ante la vida y la existencia humanas. Pero su mensaje es esperanzador, el final es feliz y positivo, concluyendo que la vida sólo tiene sentido si se basa en el amor hacia los seres queridos. Bergman consiguió con éste film una obra perfecta, sencilla y directa, que atrapa al espectador y le hace revisar sus ideas sobre los temas que le preocupan. Borg somos todos, demasiado centrados en nosotros mismos para detenernos a amar realmente a los demás. La muerte es la única certeza de nuestra existencia, y sólo ante ella el ser humano se da cuenta de sus limitaciones. El profesor finalmente encuentra descanso en su interior, y así lo demuestra cuando, feliz y en paz consigo mismo, le afirma a su hijo que su corazón ya se encuentra perfectamente. Borg hace las paces con su propio ser y con los fantasmas de su pasado, y Bergman simboliza este hecho en la preciosa escena final, en la que el profesor se despide de sus padres, quienes se encuentran a la otra orilla de un lago, separados de él por una distancia que ya nunca se podrá acortar. El profesor se despide aquí definitivamente de su pasado, preparado ya para mirar hacia delante sin miedo.
1) La película es conocida también con este título, así como tambien por "El fin del dia".(2) Ingmar Bergman, en "Chaque film est mon dernier film", publicado en extracto en "Initiation au cinéma suédois" por Cinemathèque Française, 1964. (www.miradas.net)

Comentarios

bolboreta ha dicho que…
Maravillosa palícula y maravillosos Bergman! Se le echa de menos.
Un abrazo.