AL CINE, IN MEMORIAM. UN ARTÍCULO DE VÍCTOR ERICE

El Cine-club Fetiche publica en su blog un artículo de Víctor Erice cuyo original apareció en la revista Archipiélago, nº 22 otoño de 1995, y que fue leído por Juan Fernández en la clausura del curso cinematográfico de la primavera del 2007

"Un domingo del invierno de 1950, en una ciudad de provincias, junto al mar. Dos chavales de diez años deciden colarse en un cine situado dentro del recinto de un viejo parque de atracciones, al lado de una sala de baile muy frecuentada por chicas de servir y militares sin graduación, que solamente abre sus puertas lo días de fiesta. Nuestros pequeños protagonistas saben dos cosas: que la película que esa tarde se proyecta se titula "El embrujo de Shanghai", y que no es tolerada para menores.
En cuanto oscurece, dan un rodeo por el "Río Misterioso" -una de las atracciones del parque, cerrado a esas horas- y así alcanzan la parte trasera del destartalado local. Conocen allí una ventana muy fácil de abrir, que les permitirá penetrar en el interior. pero antes deberán esperar a que se apaguen las luces de la sala y se deje oír la sintonía inconfundible del No-Do, y aguardar después con paciencia una segunda señal, que se producirá diez minutos más tarde, prueba inequívoca de que la película ha comenzado: la irrupción de una música distinta, extraordinaria, que dibujará en el aire de la noche la atmósfera y el perfil de la ciudad legendaria. Dispuestos a viajar a ella cueste lo que cueste, los dos chavales abren la ventana y se zambullen en el interior de la sala. Moviéndose rápidamente en la penumbra, suben por una escalera a un pequeño anfiteatro y se esconden en un palco vacío, muy cerca de la pantalla.
El ambiente del lugar está caldeado al máximo. Y ello por una razón: la copia de la película, en blanco y negro, es una auténtica ruina, especie de resto de naufragio que un distribuidor poco escrupuloso sigue haciendo circular por esta clase de cinematógrafos. Así, cada dos por tres, se producen saltos en la imagen y los diálogos se hacen casi ininteligibles. En estas condiciones, resulta difícil saber de qué trata el argumento, entre otras cosas porque la mayoría del público, atribuyendo -sin que le falte alguna razón- estas deficiencias a la acción de la censura, protesta a gritos, casi de continuo. Pero llega un momento en que, de pronto, milagrosamente, las protestas amainan y, por vez primera, se hace un cierto silencio.
Es un silencio que no se parece a ningún otro porque es el fruto de un encantamiento. Lo provoca la imagen de una joven de belleza extraordinaria que, superando el deterioro del soporte de celuloide, acaba de aparecer en la pantalla vestida con un traje de noche de tul negro, el rostro de rasgos ligeramente exóticos aureolado por las esmeraldas, y el fulgor de su mirada prendido en el infinito. De la cabeza a los pies, todo en ella parece la encarnación de un sueño. pero, no obstante, insiste en llamarse Poppy Smith, sugiriendo así la promesa de un placer terrenal prohibido, flor -amapola- del mal que evoca su nombre, como la leyenda de esa ciudad a la que acaba de llegar y que ella misma confirma: "Este lugar es algo especial. A su lado, los otros sitios son como jardines de infancia. Jamás hubiera creído que pudiera existir fuera de mi imaginación. Cualquier cosa puede ocurrir aquí, cualquier cosa..."
A partir de este momento, el aliento suspendido, nuestros dos polizones no tienen ojos más que para esa turbadora presencia, mezcla de fragilidad inocente y perversa, condenada al sacrificio. Poco importa la trama -casi banal, sin verosimilitud dramática- que el argumento dibuja en su destino: el proceso de degradación y seducción -aunque venga aderezado con algunos versos del poeta Omar Khayam-, incluso los pormenores de la muerte violenta alimentada por la venganza, y que los espectadores apenas pueden ver. Elipsis del cuerpo sometido o herido de muerte -que el director convierte en figura esencial de su estilo-, todo es igual: expresión única de un sueño. Y ¿cómo se puede arrebatar o hacer desaparecer lo que nunca descendió al nivel de la realidad, esa ilusión de todos y de nadie, especie de crisol donde se funde aquello que un día alguien llamó glamour?
Pero no sigamos por este camino, que es muy pronto todavía. Los dos chavales no saben aún de esta clase de reflexión que siempre, siempre viene después. Tiempo tendrán de instalarse "...en la certeza de que todo es transitorio y es lo mismo, la máscara y la cara, el sueño y la vigilia..." Ellos viven aún en ese instante privilegiado donde las cosas suceden por primera vez, turbación original de los sentidos a través de la cual cierta belleza del mundo se les revela. Salen del cine distintos de como entraron, saltando con precipitación por la misma ventana momentos antes de que la película acabe y se enciendan las luces. ya en la calle, atraviesan de nuevo el "Río Misterioso" y corren hasta el final del parque para, a la luz mustia de una farola, confirmar el nombre de su estrella en un cartel. Nunca lo olvidarán, ni tampoco el de la ciudad remota que lo acompaña. Hacia ambos dirigirán una y otra vez los pasos sigilosos de su imaginación en el interior de sus casas, rodeados de unos familiares que jamás sabrán de su aventura, esa noche y todas las noches, dimitiendo de la realidad poco antes de cruzar el umbral del sueño. " (Víctor Erice)

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